EL SUFRIMIENTO es un problema que afecta a todos los seres humanos. Un niño nace ciego, deforme o con incapacidad mental; y entonces surge la pregunta: ¿Por qué? Pues el niño no ha dañado a nadie.
Una madre de excelente carácter y en la flor de la vida es atormentada por el dolor de una enfermedad incurable que sólo puede terminar en la muerte. ¿Por qué ella? Pues esta es la clase de personas que el mundo más necesita.
Millones de personas sufren desnutrición y enfermedades en países de inmenso crecimiento demográfico y poca producción agrícola. Otros perecen o pierden su hogar en inundaciones y terremotos. ¿Por qué tienen ellos que sufrir?
La tiranía del hombre y la capacidad destructiva de la guerra moderna han impuesto dolor, tortura y muerte sobre millones de seres indefensos. Incontables vidas se han perdido en brutales actos de terrorismo y secuestros aéreos. Siempre ha habido accidentes, pero hoy en día la cantidad de desastres y calamidades naturales es abrumadora: un avión de pasajeros se estrella; una planta de extracción de petróleo explota; el fuego atrapa a centenares de viajeros en un tren subterráneo. La gente se pregunta: ¿por qué lo permite Dios?
Las preguntas surgen rápidamente en la mente, y a primera vista parecen razonables; no obstante, un franco análisis de ellas muestra que llevan en sí ciertas implicaciones. Implican que el sufrimiento humano debe ser incompatible ya sea con el poder de Dios o con su amor. Es decir, si el Creador es un Dios de amor, entonces no tiene el poder para abolir el sufrimiento, y si es Todopoderoso no tiene la voluntad de hacerlo, y por lo tanto no es un Dios de amor. Se supone que un Dios a la vez amoroso y poderoso asumiría la responsabilidad de eliminar el sufrimiento humano, como por ejemplo el que afecta a seres evidentemente inocentes. ¿Se justifica esta suposición?
Las Realidades de la Vida
Algunas realidades se deben tomar en cuenta antes de que tratemos de formarnos un juicio:
- El hombre vive en un universo de causa y efecto, y los efectos de ciertas causas son ineludibles. El fuego quema, el agua ahoga, los gérmenes infecciosos producen enfermedades. Estos hechos tienen implicaciones morales. Los seres humanos vivimos en un universo en el que las consecuencias de lo que hacemos son inevitables y, por lo tanto, nuestra responsabilidad por lo que hacemos es igualmente inevitable. Si no existiera esta «ley natural» el hombre podría hacer con impunidad lo que quisiera, y no habría responsabilidad. Dios hizo el universo de esta manera porque es un Dios moral, quien nos ha hecho seres responsables con libre albedrío para que elijamos cómo hemos de actuar.
- La negligencia y mal uso que hace el hombre de su vida ha corrompido el desarrollo de la vida humana misma, y ha dejado males que afectan a las generaciones subsiguientes. Estas, a su vez, como parte de la ley natural, pueden manifestarse en forma de debilidades y tendencias hereditarias hacia las enfermedades. La materia misma de la vida puede ser afectada al pasar de generación en generación.
- Las consecuencias de los actos de los hombres no son tan sólo físicas. Los males sociales y políticos que el género humano ha creado en el transcurso de la historia han dejado una carga cumulativa en las generaciones subsiguientes. La gente hoy en día está atrapada en una red de consecuencias de la historia pasada, e incluso cuando tratan de corregir un mal, provocan la aparición de otro:
«Sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora» (Romanos 8:22).
¿Se Debería Salvar a la Gente de Sí Misma?
Tomando en cuenta hechos como estos, debemos preguntarnos: ¿Qué es lo que en verdad estamos haciendo cuando exigimos a Dios que quite el sufrimiento? ¿No estamos pidiendo que Dios suspenda la ley natural, que desvíe las consecuencias hereditarias, y que quite los efectos de la inhumanidad de los mismos hombres? ¿Tenemos derecho a esperar que Dios salve a los hombres de las consecuencias de sus propias acciones? ¿Sería un universo moral si él lo hiciera?
Estas preguntas sólo se pueden hacer con respecto a situaciones donde esté involucrada la mano del hombre. A los terremotos, tempestades, hambruna e inundaciones se les llama casos de ‘fuerza mayor’ porque por lo general no hay otra explicación acerca de por qué se produjeron. Así que si miramos más allá de los hechos humanos a los desastres naturales, encontramos que afectan a todos, inocentes y culpables por igual. Tan pronto como empezamos a cuestionar el sufrimiento de las víctimas inocentes de estos desastres, surge otro dilema. ¿Estamos diciendo que las calamidades deberían ser selectivas en su operación, afectando sólo a aquellos que ‘merecen’ sufrir?
¿Un Mal o un Síntoma?
Reforzando todo el pensamiento general sobre el tema que se ha estudiado hasta aquí, surge una suposición básica: que el sufrimiento es malo en sí. La creencia que el sufrimiento es el mal esencial se halla en la raíz del budismo. El punto de vista bíblico es radicalmente diferente: el sufrimiento no es un mal en sí, sino un síntoma de un mal más profundo. Las Escrituras representan al sufrimiento como una de las consecuencias del pecado; no necesariamente el pecado de la persona que sufre, sino el pecado en la historia del hombre y en la sociedad humana en general. Su origen es descrito concisamente por el apóstol Pablo:
«Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron» (Romanos 5:12).
La sentencia que se impuso a la mujer después de la desobediencia en el Edén dice:
«Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti» (Génesis 3:16).
Al hombre le dijo Dios:
«Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás» (Génesis 3:19).
La enseñanza es sencilla. Con la desobediencia del hombre se produjo una ruptura en la relación entre el Creador y su creación; la relación entre Dios y los hombres está desbaratada. El primer pecado produjo un cambio fundamental que afecta a todos los seres humanos con los males que son comunes a la humanidad. La muerte es universal: Dios no la modifica para nadie en particular. La enseñanza de la Biblia es que se ha dejado que los hombres actúen a su propia manera y queden sujetos a la operación de la ley natural, aunque puede haber ocasiones en que un desastre natural es utilizado por Dios para castigar al hombre y purificar la tierra. El ejemplo sobresaliente es el diluvio que sobrevino en los días de Noé.
Al mismo tiempo, es cierto que según la Biblia el sufrimiento adquiere un nuevo significado para aquellos que buscan servir a Dios; ellos están en una nueva relación con el Creador y aprenderán a ver la tragedia desde una nueva perspectiva. ¿Cuál es?
La Experiencia de un Hombre Bueno
La respuesta se puede ver en el ejemplo de Job. Este es un hombre devoto que se ve afectado por un desastre. Pierde todo su ganado — la fuente de su riqueza. También sufre la terrible desgracia de perder a todos sus hijos de un golpe, y entonces es afligido con una penosa enfermedad que lo deja marginado de la sociedad humana. No obstante, Job dice:
«¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?» (Job 2:10).
Job reconoce el importante principio de que el hombre no puede exigir a Dios que le bendiga en todo momento; no le corresponde a él decidir lo que hará Dios.
El Doloroso Problema
Sin embargo, llega el momento cuando el sufrimiento de Job se vuelve tan insoportable que le parece que sería preferible morir. Estando angustiado y desconcertado, Job pregunta, en efecto: ¿Por qué vive un hombre si sólo es para sufrir? Dios, que ha hecho al hombre, ¿puede desecharlo como si no fuera más que un juguete?
Los amigos de Job sostienen que hay una relación directa entre el pecado de un hombre y su sufrimiento, y por lo tanto razonan que para sufrir de manera tan terrible, Job debe haber pecado gravemente.
Él está convencido de su propia integridad: es humano, pero sabe que no es culpable de los pecados que ellos le atribuyen. No obstante, ha absorbido una cantidad suficiente de la filosofía de sus amigos para convencerse que está sufriendo injustamente. ¿Lo ha elegido Dios sólo para que le sirva de blanco contra el cual disparar sus flechas? Porque comparado con las demás personas, sus sufrimientos parecen mucho más enormes que sus faltas. Le parece que su aflicción sólo puede significar que Dios se ha vuelto contra él, y este problema moral se añade a su amargura. Si «prosperan las tiendas de los ladrones» (Job 12:6); entonces, ¿por qué deben sufrir los justos? Si Dios lo está juzgando, ¿es justo que él sea juzgado según una norma que la naturaleza humana es incapaz de alcanzar?
Los amigos fracasan completamente en su intento por desestabilizar la convicción de Job de su propia rectitud, y finalmente dejan de discutir con él. Pero respaldando la convicción de Job está su fe fundamental en Dios y en su justicia, a pesar de todas sus objeciones; y así Job expresa la esperanza de que en la vida futura, si no ahora, Dios, como Redentor suyo, lo defenderá y estará a su lado. Y así Job incorpora un nuevo elemento en el debate cuando mira más allá del sepulcro, hacia la resurrección y la reconciliación. Esa creencia, aludida ligeramente en el libro de Job, se expresa plenamente en otros pasajes tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, y da una nueva perspectiva al problema. No obstante, no explica en sí por qué las personas sufren en esta vida.
Dios Habla al Hombre
Cuando sus amigos se han callado y Job ha pronunciado su discurso final, el joven Eliú entra en el debate. Eliú demuestra que en su desesperación Job ha impugnado la justicia de Dios, pero también aporta una nueva luz al problema. Dios habla a los hombres no sólo por la revelación sino también por el sufrimiento. De esta manera Dios se comunica con hombres y mujeres y los lleva hacia él (leer Job 33:14-18).
Según Eliú, Dios se revela a los seres humanos para la educación espiritual de ellos, para que tengan una guía en su vida y para preservarlos de la destrucción. Dios quita al hombre de su obra y lo aparta de la soberbia (Job 33:17), desviándolo del rumbo egoísta de su vida, porque la soberbia humana es la fuente del mal. En cuanto a los otros medios de revelación y comunicación, Eliú dice:
«También sobre su cama es castigado con dolor fuerte en todos sus huesos, que le hace que su vida aborrezca el pan, y su alma la comida suave. Su carne desfallece, de manera que no se ve, y sus huesos, que antes no se veían, aparecen. Su alma se acerca al sepulcro, y su vida a los que causan la muerte» (Job 33:19-22).
Esta descripción del sufrimiento concuerda perfectamente con lo que le pasaba a Job, y Eliú sostiene que aun Job necesita la reprensión, la disciplina y el castigo del Señor no por los pecados específicos alegados por sus amigos, porque Eliú no los menciona, sino por una falta más sutil. Eliú ya aludió a ella, pues es el pecado de la soberbia espiritual, y sólo la experiencia del sufrimiento puede ponerla al descubierto para que Job se arrepienta.
Dios Obra en el Hombre
Por lo tanto, el sufrimiento es uno de los medios que utiliza Dios para obrar en los hombres para su crecimiento espiritual, llevándolos a un mejor conocimiento de él; y el resultado para Job fue un conocimiento nuevo e íntimo de Dios. El pudo decir:
«De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza» (Job 42:5-6).
Esta obra de Dios en el hombre debe ser de naturaleza individual; sólo el individuo que sufre puede crecer por medio de la experiencia.
El problema general del sufrimiento permanece, y la única respuesta que se puede sacar del libro de Job es que el hombre no puede poner en tela de juicio la majestad y sabiduría de Dios; él es el Creador y Sustentador de todas las cosas vivientes y sus obras sobrepasan el entendimiento del hombre. Esta es la respuesta que expone con tanto poder y belleza la voz que sale del torbellino en los capítulos 38-41. El hombre no puede más que aceptar que los caminos de Dios están más allá de su entendimiento.
«¿Acaso Teme Job a Dios de Balde?»
Por lo tanto, aunque el libro de Job no ofrece una respuesta sencilla al problema del sufrimiento, lo eleva a un nivel más amplio. Sólo por la pérdida de sus bienes y por el sufrimiento personal podía Job saber con seguridad que no servía a Dios por amor a casas, tierras, ganado y rebaños, o incluso por sus hijos. Ni siquiera le servía por amor a su salud y bienestar. Adoraba a Dios por lo que éste es, y a pesar de todas las palabras vanas que salieron de su mente y cuerpo atormentados, tenía una máxima creencia en la justicia y fidelidad de Dios. Fue sólo cuando quedó despojado de todo lo que tenía, que realmente comprendió que Dios era su único refugio, y en ese descubrimiento él quedó triunfalmente justificado frente a las calumnias del adversario.
La fe de Job en Dios fue puesta a prueba, y por la prueba su fe quedó templada como el acero. Fue por su aceptación final de la sabiduría de Dios, y por aprender que podía crecer en fe por medio del sufrimiento, que Job llegó finalmente a un más pleno conocimiento de Dios.
Algunas Conclusiones
Las conclusiones que se pueden sacar de lo que se ha considerado hasta ahora se pueden resumir como sigue:
- El hombre vive en un universo ordenado de causa y efecto, y debe aceptar las consecuencias de esta realidad; desde que el pecado entró en la vida humana estas consecuencias inevitablemente incluyen el sufrimiento. Sin embargo, el sufrimiento tal vez no esté relacionado directamente con el pecado de la víctima, porque puede ser el resultado de las acciones de generaciones anteriores.
- Al mismo tiempo, el Sustentador del universo es un Dios de sabiduría y amor que puede guiar y controlar el sufrimiento de aquellos que lo buscan a fin de llevarlos a un conocimiento más profundo de él.
Una Disciplina Divina
Es a la luz de esta última conclusión que podemos entender un pasaje en la Epístola a los Hebreos, basado en un dicho de Proverbios:
«Y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquellos ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados. Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas» (Hebreos 12:5-12; Proverbios 3:11-12).
Leído en su contexto, el pasaje se explica solo. El sufrimiento y el dolor son experimentados por todos los seres humanos, pero para los hijos de Dios, estas cosas son dirigidas por su Padre Celestial como una disciplina espiritual, y como tal son una expresión de su amor.
¿Sufre Dios?
Aún se puede alcanzar un nivel más en el entendimiento del sufrimiento. Es que Dios mismo es afectado por el sufrimiento de los seres humanos, porque por causa de su amor él dio a su propio Hijo para que muriera por ellos, y esto le causó sufrimiento a Dios mismo. Jesús era totalmente inocente, no contaminado por ninguna clase de pecado, no obstante puso su vida voluntariamente, sufriendo injusticia y crueldad por amor a sus amigos:
«Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él» (Juan 3:14-17).
«Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15:13).
Incluso Dios no podía tener mayor amor que entregar a su amado Hijo al sufrimiento de la cruz para la redención de los hombres.
Por lo tanto, se puede decir que incluso Dios mismo sufre, y así se puede entender el dicho del profeta referente a la relación de Dios con Israel:
«En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó» (Isaías 63:9; véase también Jueces 2:16).
¿Por qué Dios no Interviene?
El Dios de Israel no es una Causa Primordial remota e insensible; su Espíritu Santo puede afligirse, puede conmoverse con ferviente compasión. El puede amar con un amor eterno. Estas son expresiones bíblicas, y revelan a Dios como la personalidad suprema que, por su santa transcendencia, puede entrar en la vida de los hombres y mujeres que él ha creado.
A menudo la gente pregunta: ¿Por qué no interviene Dios para detener el sufrimiento, para poner fin a las guerras, para eliminar las enfermedades? Por supuesto, Dios efectivamente interviene en los asuntos humanos; ha mostrado su poder muchas veces en la historia. Pero hay un límite para esta intervención; le ha dado al hombre el libre albedrío, y le permite usarlo para bien o para mal.
Dios intervino en la historia de su pueblo escogido, Israel, y les dio oportunidades especiales para que lo adoraran a él y fueran sus testigos en el mundo. El les entregó su revelación y las promesas y profecías de un venidero Mesías.
Dios Envió a Su Hijo
Así fue que, hace aproximadamente dos mil años, Dios intervino en la vida e historia del hombre dando a su Hijo Jesucristo para que participara al máximo del sufrimiento humano a fin de llevar a cabo la redención del pecado y de la muerte. Jesús compartió nuestra experiencia, soportando las tentaciones internas y las aflicciones externas que son la herencia común de todo el género humano:
«Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos» (Hebreos 2:10).
«Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados» (Hebreos 2:17-18).
«Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia» (Hebreos 5:8).
Al aceptar el sufrimiento en obediencia a la voluntad de Dios, Jesús lo elevó a un nuevo plano. Lo mostró no como el más grande de los males, sino como un medio para alcanzar una meta; porque por el sufrimiento, en su perfecta obediencia a Dios, Jesús venció el poder del pecado en la naturaleza humana, y así hizo posible la resurrección de los muertos a vida eterna con el Padre. Haciendo esto Jesús obtuvo la perfección, una fe probada y una obediencia completa. Se entregó totalmente al amor de Dios y al servicio de sus semejantes, convirtiéndose en un digno ejemplo para sus seguidores.
Hecho Perfecto por Medio del Sufrimiento
«Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quien llevó el mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados» (1 Pedro 2:21-24).
«y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen» (Hebreos 5:9).
El es el autor, la fuente, la causa de una salvación que los hombres no pueden lograr por sí mismos, ya que por causa de su sacrificio aquellos que vienen a él en busca de vida son aceptados por la gracia de Dios como miembros de Cristo. Y así, como Cristo resucitó al tercer día, hay una resurrección espiritual a nueva vida para aquellos que se bautizan en él, y la esperanza de la resurrección física y un cambio a la inmortalidad cuando él regrese.
«Participantes de la Naturaleza Divina»
Si hombres y mujeres habían de llegar a ser «participantes de la naturaleza divina» (2 Pedro 1:4), siendo levantados del pecado a un nivel donde podían conocer a Dios, disfrutar de comunión eterna con él y compartir su vida incorruptible, entonces sólo Dios sabía cómo se podía alcanzar esto de una manera compatible con su propia majestuosa santidad. Era una condición que requería que diera a su Hijo para que muriera en la cruz.
Entonces, si Dios sufrió, y si, en obediencia al Padre, Cristo sufrió hasta la muerte, todo el problema del sufrimiento del hombre se eleva a un nuevo nivel. Sin fe en Dios, el sufrimiento es un mal que se debe soportar. Pero para los que tienen fe en Dios y el ejemplo de su Hijo, el sufrimiento puede purificar y ennoblecerlos. Puede ser un medio por el cual Dios trae a su presencia al que sufre. El castigo del Señor puede ser en verdad una educación divina, la disciplina del Señor.
Todas las Cosas Nuevas
Si el Hijo de Dios sufrió, ¿pueden esperar las demás personas ser una excepción? Pero más allá del sufrimiento estaba la resurrección, y más allá de la resurrección vendrá el reino de Dios cuando Cristo vendrá a reinar, tomando para sí a aquellos que ya se han comprometido a seguirlo. En este momento el establecimiento del reino está muy cerca. Pero las propias palabras de Jesús y otras muchas profecías bíblicas dejan en claro que la venida de Cristo estará precedida [será precedida?] por una gran tribulación para el mundo, y sin duda también para sus discípulos:
«Porque habrá entonces gran tribulación, cual no ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fueren acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados» (Mateo 24:21, 22).
Pero cuando aparezca el Señor Jesucristo, él purificará la tierra de todo mal, quitará todo pecado y egoísmo, eliminará las enfermedades y finalmente pondrá fin a la muerte. Reinará para Dios y quitará el sufrimiento para siempre. Entonces se cumplirán las palabras que oyó el apóstol Juan en las isla de Patmos:
«Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron, y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas» (Apocalipsis 21:3-5).
Para aquellos que responden al llamado del amor de Dios, el camino del sufrimiento puede ser el camino de la vida, y ese es el propósito último de la existencia del sufrimiento en el mundo. El llamado aún está vigente; aún hay oportunidad para todos los que están buscando una esperanza más allá de este mundo impío actual, para encontrarla en las «buenas nuevas» del evangelio.